sábado, 24 de septiembre de 2016

Un encuentro

Clementina se levantó temprano. El día había amanecido lluvioso y eso complicaría su viaje. El destino era la ciudad, allí asistiría a la conferencia de un importante historiador. Eso la entusiasmaba mucho, así que no quería estar ausente ante semejante evento.
Se vistió para esta ocasión: jeans, zapatillas, una remera de mangas largas, un suéter, su campera verde oscura favorita y el paraguas (seguía lloviendo a cántaros); buscó un bolso que combinara con su ropa y con el evento.

El viaje fue tranquilo, sin accidentes ni pasajeros exaltados como suele ocurrir en sus viajes en tren. Al llegar a la terminal se dirigió hacia la parada del colectivo que la dejaría a pocos metros de la Biblioteca Nacional, lugar donde se realizaba la conferencia.
Luego de un corto viaje llegó al lugar. Al entrar al salón notó que había mucha gente, entonces buscó donde ubicarse y encontró asientos libres en el fondo.
Mientras esperaba que comenzara el evento sacó su cuaderno de apuntes, birome y su celular, por si era necesario sacar algunas fotos o ­filmar.
Como de costumbre observó toda la sala, la pantalla, el presentador, la arquitectura del lugar, las personas que dialogaban o las solitarias. Hizo un recorrido panorámico de izquierda a derecha del lugar hasta que, casi al terminar su recorrido visual, sus ojos grandes se abrieron sorprendidos. Su respiración se detuvo, su labio inferior cayó levemente y en segundos sintió un calor que le abrasaba la piel... en la misma ­fila estaba sentado el hombre con quien había pasado varias madrugadas dialogando a distancia. Compartieron costumbres, canciones, conocimientos, opiniones y anécdotas. Se conocían casi a la perfección, pero solo a través de las pantallas de sus teléfonos.
Él varias veces la invitó a compartir algún almuerzo o merienda pero los horarios de Clementina, los reales y los inventados, impidieron que se concretara dicho encuentro. Ahora estaban ahí, juntos y a pocos metros de distancia. Ella estaba en shock; él solo esperaba que el evento comenzara y no había notado su presencia.
El presentador del evento logró llamar la atención de Clementina. Fueron dos horas en que ella no lograba concentrarse en las palabras del historiador. Ni bien el reloj marcó las doce, el locutor informó que harían un receso para almorzar. Clementina se alegró, ya que tenía mucho hambre. Antes de buscar un lugar dónde comer lo vio nuevamente. Él hablaba  por celular... su mente disparó varias conjeturas sobre esa escena.

Al salir de la Biblioteca se confundió de salida y eso la desorientó, caminó unas cuadras hasta que logró entrar a la avenida principal. Recordó que había un local en el que servían buenas ensaladas.
Al llegar, cerró su paraguas y en ese mismo momento percibió que detrás suyo una persona también estaba cerrando un paraguas, giró su cabeza y vio que era Ariel. Nuevamente Clementina sintió ese calor que le picaba la piel y se apuró por encontrar una mesa. Se ubicó cerca de la puerta. Mientras tanto Ariel, algo molesto por el clima, se dirigió hacia las mesas cercanas al mostrador del bar. Ella pidió una ensalada Caesar y él unas empanadas, quería algo rápido para llegar a tiempo a la segunda parte de la conferencia.
Ella sentía que su estómago estaba revuelto, apenas pudo comer algo. Ariel devoró las empanadas mientras miraba su celular. Clementina, de manera disimulada, lo vio salir como un correcaminos, con paraguas. La presión arterial de mi amiga había bajado, pidió la cuenta y salió para que el aire frío y húmedo le aliviara ese estado.
Su deseo no era volver a la Biblioteca, así que sus pies la llevaron a un museo cercano. Al llegar ahí se sintió mejor. Sacó unas fotos y determinó volver a la estación de tren.

Una vez allí, y al encontrar un asiento, en el tren su mente comenzó a hacer un viaje varias horas hacia atrás. Sentía que todo lo vivido fue raro, las coincidencias de los dos en tiempo y espacio fue demasiado para sus nervios... Para tranquilizar su psiquis pre­firió creer que todo fue una alucinación, que Ariel no estuvo allí. Pero Clementina en el fondo sabe que por más que intente engañarse, lo vivido en esas horas reavivó su deseo de volver a tener esas madrugadas de charlas virtuales. De tener algún día ese encuentro prometido.


Ellos ­finalmente almorzaron juntos... pero en mesas separadas.


···

Texto: Marez Lorena
Corrección: Analía Espíndola

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