domingo, 7 de octubre de 2012

ventanitas aventureras

Es tan solo asomarse...
correr, un poquito... un poquito más, abrir ese límite entre lo interior y lo exterior,
es dejar pasar el aire, la luz, la nube, la sonrisa y si querés más, un risa, de esas que hacen doler la panza pero regocijan el alma.

Es invitarse a volar, a volar con las pupilas y las manos, con los pies y con el alma.
Trepar hacia el infinito con el corazón latiendo de pasión, con la sangre alimentando las ganas, con los nervios estimulando los movimientos.
Sumergirse a ese cúmulo de formas, sombras, cosquilleos, destellos, susurros, ecos, lazos.







La inocencia pícara.
La Luna oculta.
El Universo tangible.
La materia oscura presente.
La luz finita.
La dulzura recelosa.







Hay hipnóticos seres que tienen esa capacidad de llevarte hasta mundos jamás inimaginados, mundos infinitos de reglas azarosas.
Seres que no son especiales, ni extraordinarios, ni iluminados por una fuerza superior, ni siquiera son ángeles.
No.
Son seres simples, inocentes de sí mismos, andan por la vida alimentando con raíces, troncos, ramas y hojas. Son fruto de la Naturaleza real. Son flores de néctar ideal.
Seres conscientes de sus complejidades pero inconscientes de lo que transmiten, por eso es que no son especiales, ni extraordinarios, ni iluminados, ni ángeles, porque quieren ser mortales, quieren estar entre las sombras para agudizarse, quieren ser ordinarios para enseñar, quieren equivocarse para aprender.

Porque son ellas mismas.


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Texto inspirado y dedicado a esos seres: Na y Mara.

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